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Improvisación sobre zambas – Dino Saluzzi

10 Feb

La semana pasada asistimos con algunos amigos a un concierto de Dino Saluzzi en Buenos Aires. Hoy publicamos este pequeño pero sublime momento de aquella noche maravillosa. Espero que lo disfruten, abrazos para todos y todas!!!

Julio Pane y Dino Saluzzi – Una reunión de Locos por el fueye!!! (Reload)

12 Dic

Hola amigos y amigas de Locos por el fueye!!!

Hoy vamos a compartir un momento cúlmine en la vida de nuestro grupo de bandoneonistas y así, de alguna manera hacer partícipes a todos los compañeros y compañeras del grupo de uno de esos momentos milagrosos que nos regalan la música, el bandoneón y la vida cuando estos tres elementos confluyen para hacernos felices…

Acompaño el video de esta reunión cumbre de Pane y Saluzzi, con las palabras que escribiera nuestro amigo Quique Pareta en su blog (http://quiquepareta.blogspot.com).

¡¡¡A disfrutar!!!

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Era un domingo más, como dice el tango. Sin embargo, ningún domingo que comience un viernes puede ser, tan solo, uno más. Y este empezó dos días antes en mi calendario. Uno de esos inicios extraños que tienen los grandes momentos.
Corren tiempos, lamentablemente, donde la buena predisposición y los corazones abiertos no abundan. Los desconocidos no buscan conocerse y la interrelación, nos dicen, debe ser obligadamente sospechosa. A esto, se agrega la irrealidad y el anonimato de las redes sociales que nos permiten jugar cualquier carta y ser quién uno quiera con el solo hecho de escabullirse entre “nicknames” y fotos falsas.
Mi pasión no viene de ahora pero fue hace poquito tiempo que decidí hacerme cargo y así empezó esta maravilla de domingo. El bandoneón me había estado esperando de chiquito pero yo me le animé a los 29 años; hay cosas para las que uno no madura nunca, por suerte. Estaba esperándome ahí. Mis dedos recorren sus teclitas y buscan acostumbrarse a lo que siempre soñaron. Alguna vez escuché por ahí que la vida es un tango, con lo cual, el bandoneón vendría a ser Dios, su creador. Mi doble A me mira en este momento desde la mesa, lo relojeo sin sacar los ojos del monitor y le guiño un ojo. Le pido esa paciencia que el sabe que me tiene que tener para que yo le pueda hacer cantar aquel tango que Malena decidió no cantar nunca. Me espera. Sonríe con sus treintaypico de dientes en cada lado y se abre, respira, toma aire y vuelve a arremeter, late, se sobrepone, se queja, relincha y otra vez un dulce sonido en alguna de esas notas entre el alma y el corazón.
No se si esta descripción que antecede vale como credencial para ser llamado un “loco por el fueye” pero creo que eso es en lo que me estoy convirtiendo de a poquito. El bandoneón tiene esa magia que te lleva a trabajar para aprender, jugar para encontrar aquello que está encerrado en 30 centímetros estirables.
En la búsqueda, encontré un montón de locos que había formado un grupo de Facebook. Algo maravilloso. Un grupo donde se intercambian experiencias, emociones, se conoce gente, se bajan y suben partituras, se difunden espectáculos, en fin una verdadera bacanal fueyera. En las fotos veo que además había reuniones de cuerpo presente. Mis disculpas, pero aún en la era del 2.0 yo privilegio el cara a cara; sigue manteniendo ese no se qué, vio.
Molesto, inquieto y curioso como siempre les ruego abiertamente que me inviten a alguna reunión para conocer a otra gente tan rara como yo que decide aprender un instrumento con notas desordenadas, con dos teclados iguales y distintos, que se dejó de fabricar hace 60 años y que se toca en muy escasos países en el mundo. Sabés que sí, tenemos que estar un poco locos.
El viernes les decía, era un agobiante día más en un trabajo como cualquier otro. Las horas tenían algo más que 90 minutos y los minutos sobrepasaban largamente los 60 segundos. Recibo un mensaje privado y alguien me pide mi número de teléfono. Se quién es pero no lo conozco. Le entrego el número y el celular no tarda en sonar. Una voz dulce, sencilla, humilde y cálida pronuncia las palabras que yo quería escuchar: “Estás invitado a una reunión de Locos por el fueye”. La emoción me embriagó; el día en el trabajo pasó y, si me preguntan, no se que sucedió. A partir de allí todo sería una gran antesala para el domingo. El sábado la previa siguió en la casa de un amigo, donde, como los bandoneones, abriendo sacamos nuestro corazón.
Domingo 14:30 horas. Una parada obligada por la panadería me deja en la parada del 55 con una pastafrola en una bolsa y un corazón cargado de adrenalina. ¿Qué pasará? ¿Qué harán cuando se juntan? ¿Cómo serán? Esas cosas extrañas que se sienten desde el desconocimiento. De Caballito a Mataderos no pude evitar reflexionar sobre algo puntual: ¿Quién invita a un desconocido a su casa a hablar de música y bandoneones?
A media cuadra para el bondi y sólo algunos pasos me separan de la puerta de entrada. Me abren y la casa está a mitad del pasillo. Entro a un living comedor que destila música por todas partes. Atahualpa te guiña su ojo derecho mientras empuña su guitarra, más allá, compadrito, Gardel te recuerda que siempre hay un tango que habla de vos, una chayera enmarca la puerta de la cocina y un par de guitarras se erigen esbeltas en aquel otro rincón.
Saludos por doquier y las presentaciones de rigor. El dueño del lugar dice mi nombre y sostiene que toco el bandoneón, un título enorme y demasiado generoso para mis humildes escalas cromáticas recién apuntaladas. Comienza la presentación por el lado izquierdo de la mesa y allí dos personas que admiré toda mi vida me miraban detrás de sus anteojos y decían su nombre en voz alta como si hiciera alguna falta. Julio Pane, mucho gusto, dijo aquel hombre elevando su cuerpo levemente de la silla y ofreciendome la diestra creadora de interminables y gigantes variaciones. A su lado, con tonada salteña, otro nombre se esgrimía, otro de esos nombres que uno no necesita escuchar, alcanza con ver su rostro dulce y sus ojos humildes atrás de esos anteojos. “Dino Saluzzi, mucho gusto” alcanzó a decir antes de que yo me perdiera en esta tarde de ensueño.
El tiempo transcurrió entre charlas y compactos hasta que uno de los dos, juro que no recuerdo quién, dijo las palabras mágicas: “Bueno, dale, vamos a tocar”. De la nada aparecieron dos bandoneones que fueron a estar donde tenían que estar, sobre las piernas de dos grandes que tocaron cosas increibles. Esos bandoneones también reían. Creaban, sabían que estaban donde tenían que estar, disfrutaban cada segundo, cada caricia, cada abrazo. Sonaban deliciosos los acordes tangueros de «Tigre Viejo» y la rítmica tan particular de «Criollita Santiagueña». Ellos no podían resistirse a tanto talento. Brillaba el mundo, brillaba dentro mío mi corazón. La energía en ese lugar irradiaba las almas nuestras y de todos aquellos que nos quieren.
Tres horas de canciones, chamamés, zambas, tangos, chacareras, cantos, fraseos, redobles de bombo y siempre la misma emoción.
Releo y presiento que es de los peores textos que alguna vez haya escrito. Pensado en términos literarios no se hasta donde tiene una buena estructura. Entre lágrimas, vibraciones, devociones de un corazón que no puede olvidar lo que vivió, que no lográ recordar algún que otro detalle, que teme que eso no vuelva a pasar jamás, es normal que falten letras, palabras, oraciones y queden párrafos sin terminar.
Hoy, dos días después, y con algo más de tiempo para procesar, sigo haciendo mi viaje de vuelta en el 55 destino Caballito y retomo esa pregunta que quedó sin responder. La invitación la puede hacer ese tipo de gente que ya casi no existe más. Esos seres humanos que tienen tanto corazón que la entrega es algo que no pueden evitar. No saben lo que es guardarse algo para ellos. Entregar, dar, hacer feliz a los demás. Sí, aún puedo verlos a esos dos anfitriones en la puerta de su hogar viéndome doblar la esquina. Martín y María mueven la mano con la certeza de que me regalaron algo que no se puede comprar. Saben que son estas pequeñas actitudes las que cambian el mundo, saben que la vida se disfruta dando y nada más.
Ahora, si me disculpan, siempre queda algún compás nuevo por tocar.

Quique Pareta